“Fuimos la noche, fuimos la lluvia, fuimos el tiempo, fuimos amor, fuimos amor”
En Arles, el año pasado, fui todo lo feliz que quise hubiera sido. Que quise ser, con todo mi ser, en otro ámbito, aquel de esposa.
Conocí Arles en 2016, gracias a un hombre al que encontré muy cerca de ahí. Era una noche oscura, indescifrable, desierta, en la que junto al río enorme me habló palabras que no pude atrapar, con un aliento etílico y lejano, por calles perdidas en donde nuestra única luz fue el tríptico de la curiosa fachada esculpida en piedra, la fuente y el obelisco, pero de quienes no pudo apartarnos el frío.
En noviembre pasado, lo esperaba así, sombrío, porque algún tiempo antes, la primera vez que conocí Arles, había deseado no volver por lo cifrado (una ciudad sombría, como una criatura hecha un ovillo) de este primer encuentro. Sin embargo…
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