El 31 de diciembre de 2011, al amanecer, aterricé en el aeropuerto internacional de Melbourne, Australia, luego de 16 horas en un vuelo sin escalas desde Los Ángeles, Estados Unidos. Era la primera vez que a mis 26 años salía del continente americano, la primera vez que iba a vivir en el extranjero, la primera vez que tendría que desenvolverme en inglés. Llegué al “territorio desconocido del sur”, sobre el cual especularon los filósofos griegos de antaño, junto a Juan Camilo Herrera –mi amigo, mi hermano–, con la idea de aprender inglés –apenas balbuceaba unas palabras– y conocer el mundo de primera mano –lo que sabía se lo debía a los libros y a los maestros–.
Los dos primeros meses en Melbourne fueron maravillosos. Fui medio tiempo estudiante y medio tiempo turista. Por la mañana estudiaba inglés en una escuela barata que había pagado desde Colombia y en las tardes…
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