Esperando un taxi en el aeropuerto de Cracovia, nos preguntamos si así nos imaginábamos Polonia. No habíamos visto más que el paisaje por la ventana del avión. No, así no era como yo pensaba que era Polonia. Yo pensaba en un país gris, en obra negra, a mitad de camino, estancado en el tiempo. Pero Cracovia es, en el verano, una ciudad viva, llena de verde, de luz y de música. Tiene su pasado en las paredes. En todas. En las de las iglesias y en las de los edificios del distrito judío, en donde se concentra el 40% de los turistas y el comercio. Cracovia es un destino. Y esto lo digo como una superstición, más que como una promoción. Lo digo con un turbante de pitonisa en la cabeza, más que con un folleto turístico en la mano. Lo digo con la boca llena de ganas de volver…
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